Es un fenómeno curioso, pero cuando los profesores, a menudo, queremos hablar sobre alguno de nuestros alumnos, comentar el currículo de alguna asignatura, intercambiar opiniones sobre los recursos y reglas de nuestro colegio, etc., las únicas personas que suelen estar dispuestas a escucharnos son otros profesores. Ahora bien, si hacemos algún comentario sobre la posibilidad de que uno de nuestros alumnos sea superdotado, todos quieren opinar, todo el mundo quiere hablar sobre ello, darnos consejos y compartir con nosotros sus experiencias.
¿Qué imagen tienes del alumno superdotado?
¿Cómo reaccionarías si alguien te dijera que tienes, o que vas a tener, un superdotado en clase?
El interés y la preocupación sobre la educación de los niños y jóvenes superdotados no es algo nuevo. Pero sí lo es nuestro conocimiento sobre la esencia de estos niños y de los métodos de educación más apropiados, que han tenido un gran desarrollo, particularmente en los últimos veinticinco-treinta años.
En el pasado, la mera mención de niño (o joven) superdotado llevaba pareja la imagen de los niños prodigios famosos en la Historia, como Mozart, Einstein, Picasso, etc., o se asociaba a la idea de un niño de cuatro años de edad componiendo óperas, ganando al ajedrez a los Grandes Maestros o resolviendo complicadas ecuaciones matemáticas o quizás todo al mismo tiempo. Los niños superdotados siempre tenían una familia rica, eran físicamente débiles, inestables emocionalmente y sin amigos. Hemos aprendido que los Einsteins y Picassos aparecen en el mundo una vez cada millón de veces y que ellos, quizás, tienen personalidades inusuales y que requieren profesores y ayudas muy especiales. Sin embargo, también hemos aprendido que existen miles de niños excepcionalmente capaces, que están dotados de una elevada habilidad intelectual, de un gran nivel de creatividad y de una fuerte necesidad de estudiar y profundizar en aquellas áreas que les son de vital interés. Estos niños y jóvenes no son todos ellos capaces de leer a los tres años, ni son físicamente ineptos ni emocionalmente inestables y sus padres no tienen por qué ser ricos. Los niños superdotados son tan diferentes los unos de los otros como el resto de los niños y jóvenes que no son superdotados. Hace veinticinco años, una valoración del nivel de Cociente Intelectual (C. I.) se consideraba suficiente para poder identificar con precisión a los niños superdotados. Sin embargo, mucha gente opinaba que la valoración del Cociente Intelectual no era necesaria porque esos niños eran muy fácilmente reconocibles, pues destacaban claramente entre los demás. La verdad es que un pequeño número de estos niños puede ser reconocido sin necesidad de ningún proceso de valoración, ya sea formal o informal, pero también es verdad que la mayoría de ellos suelen pasar inadvertidos. ¿Por qué?
Porque las oportunidades que tienen para demostrar ciertas habilidades son, a menudo, muy limitadas dentro del ámbito de la enseñanza normal. Consecuentemente, hemos aprendido que los profesores estamos obligados a obtener información sobre la actuación del alumno dentro y fuera de la escuela, que debemos proporcionar inicialmente la apropiada estimulación y observar las respuestas de los alumnos, antes de poder identificar a los que prometen un excepcional desarrollo.
Otro concepto erróneo era el creer que los padres, profesores y conocidos responderían a la identificación del niño superdotado con los brazos abiertos, llenos de alegría, entusiasmo y cariño. Nada más lejos de la realidad. En muchos casos todavía existe una buena dosis de suspicacia dirigida hacia estos niños y jóvenes. Los padres reaccionarán, frecuentemente, sorprendidos, confundidos, tímidamente e inseguros acerca de qué hacer (si es que hay que hacer algo). Los hermanos y los allegados suelen reaccionar con celos, con resentimiento, incredulidad y distanciamiento.
También, algunos profesores, considerarán al niño superdotado como otra carga añadida a su ya sobrecargado trabajo; una carga más para la que no se suele estar preparado y cuyo reto no es bien venido. Unos preferirán enviar al niño a otra clase o colegio. Otros pensarán que no deben hacer nada especial, educativamente, para este tipo de alumno: “Si el niño es tan capaz intelectualmente, podrá progresar solo, sin ningún tipo de intervención especial.”
Desafortunadamente, la investigación ha demostrado que un número significativo de estos estudiantes (sobre todo las chicas) no terminan el B. U. P., y que un alto porcentaje no accede a la Universidad, aunque todos ellos triunfarían allí, probablemente, con poco esfuerzo.
Estos niños y jóvenes requieren “ayudas educativas” para el normal desarrollo de sus dotes excepcionales. Pero... no requieren, por definición, estar segregados en colegios especiales, con profesores especiales; tampoco requieren un currículo completamente nuevo; ni necesitan ser comparados continuamente con los demás. REQUIEREN profesores que conozcan BIEN sus habilidades, talentos y necesidades educativas y que estén dispuestos a colaborar con ellos.
Estos profesores no han de ser necesariamente especialistas, pero deben estar abiertos a ideas nuevas y distintas, dispuestos a permitir que los estudiantes, a veces, sigan adelante con independencia y tener la habilidad de dirigir los esfuerzos individuales de los estudiantes hacia su máxima realización.
Si queremos enseñar apropiadamente a un niño superdotado, debemos ayudarle a encontrar y a utilizar los recursos que tenemos a mano, abrir nuevas puertas y derribar obstáculos en su aprendizaje. El profesor es un director que orienta al estudiante, no necesariamente su fuente de conocimiento.
¿Estás sorprendido? ¿No lo estás? Es posible que como resultado de tu experiencia en la enseñanza, hayas tratado de corregir los conceptos erróneos que tenían los demás respecto a los niños superdotados. Quizás, nunca te has dejado impresionar con los resultados de los tests de inteligencia.
Si queremos proporcionar experiencias educativas apropiadas para nuestros posibles alumnos superdotados, debemos primeramente analizar NUESTRO comportamiento.
• ¿Somos flexibles en nuestro modo de enseñar?
• ¿Estamos abiertos a intentar comprender las posibles actitudes “inconformistas” de nuestros alumnos?
• ¿Permitimos un libre intercambio de ideas entre nuestros alumnos?
• ¿Aceptamos la existencia de más de una solución para un problema?
• ¿Somos generosos con nuestros conocimientos y con los recursos que tenemos dentro y fuera del colegio, compartiéndolos con nuestros alumnos?
Fuente: Dra. Patrice R. Verhaaren
Ministerio de Educación y Ciencia
Educación de Alumnos Superdotados
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